Alba Sánchez
@albashezf
La dieta cetogénica, conocida habitualmente como dieta keto, se sustenta en una fórmula clara: reducir de forma drástica el consumo de carbohidratos (menos del 5-10% de la energía diaria) y elevar significativamente la ingesta de grasas -entre 70% y 90%-, con una cantidad prudente de proteínas. Este desequilibrio alimenticio induce al cuerpo a un estado metabólico llamado cetosis, en el que se utilizan los cuerpos cetónicos derivados de la grasa como fuente principal de energía, en lugar de glucosa.
Beneficios demostrados
En el ámbito clínico, esta dieta ha demostrado eficacia para el control de la diabetes tipo 2. Pacientes con este diagnóstico experimentaron mejoras significativas en glucemia, insulinemia, hemoglobina glicosilada, y una reducción en el uso de medicamentos hipoglucemiantes, además de una notable pérdida de peso. Asimismo, en adultos obesos o con sobrepeso, se ha comprobado una mayor pérdida de grasa visceral, aumento del perfil de colesterol “bueno”, y reducción de triglicéridos. La dieta también ha demostrado preservar mejor la masa muscular que una dieta hipocalórica convencional, según un estudio controlado de cuatro meses.
Además, se ha observado que ayuda a revertir el hígado graso no alcohólico y mejora la dilatación arteriolar, lo cual se asocia a un menor riesgo cardiovascular. En algunas patologías neurológicas como la epilepsia refractaria, la dieta cetogénica es una alternativa terapéutica consolidada.
Riesgos y advertencias
Pese a estos beneficios, numerosos expertos ponen el foco en sus posibles efectos adversos, especialmente si no lleva bajo supervisión médica. Entre los efectos a corto plazo destacan la llamada “gripe cetogénica”, con síntomas como fatiga, malestar o náuseas; además del riesgo de hipoglucemia, constipación, halitosis, y acidosis metabólica.
A largo plazo, pueden surgir diferencias nutricionales por la eliminación de frutas, legumbres y cereales, lo que reduce la ingesta de fibra, vitaminas y minerales esenciales. También se ha destacado un posible aumento del colesterol “malo” -un factor de riesgo cardiovascular- si predominan grasas saturadas. Otros posibles riesgos incluyen cálculos renales, deterioro de la mineralización ósea (osteopenia, osteoporosis) y baja adherencia a largo plazo, dada su naturaleza restrictiva.
Importa mencionar que varias instituciones, consideran esta dieta entre las menos saludables por excluir grupos alimenticios clave. Asimismo, no se dispone aún de estudios concluyentes sobre sus efectos prolongados, lo que exige precaución.
Conclusión
La dieta keto tiene aplicaciones médicas legítimas, con beneficios demostrado en diabetes tipo 2, obesidad, hígado graso y epilepsia refractaria. Sin embargo, no está exenta de riesgos, especialmente en caso de una práctica no supervisada: deficiencias nutricionales, problemas cardiovasculares, renales o óseos pueden surgir. Por ello, se recomienda que solo se utilice bajo el asesoramiento y cuidado constante de un profesional de salud o nutricionista, y dentro de marcos terapéuticos bien definidos.