Alba Sánchez
@albashezf
En la vida moderna, donde el ritmo acelerado y las exigencias diarias se han vuelto parte del día a día, el estrés se ha convertido en un compañero constante. Pero sus efectos van mucho más allá del cansancio o la tensión emocional: también puede modificar la manera en que comemos y la forma en que nuestro cuerpo procesa los alimentos. La ciencia ha demostrado que las hormonas del estrés, especialmente el cortisol, influyen directamente en el apetito, las preferencias alimentarias y el metabolismo.
Cuando atravesamos periodos prolongados de estrés, el cuerpo interpreta esta situación como una amenaza. En respuesta, libera cortisol, una hormona que prepara al organismo para “sobrevivir”. Este mecanismo natural, útil en contextos de peligro real, provoca hoy un efecto no deseado: estimula el deseo por alimentos ricos en grasa y azúcar. En otras palabras, el estrés nos empuja hacia la comida rápida, los dulces o los snacks salados, buscando una fuente inmediata de energía.
Al mismo tiempo, el metabolismo se vuelve menos eficiente. En estados de estrés crónico, el cuerpo tiende a conservar energía y a reducir el gasto calórico, dificultando la pérdida de peso. Además, los niveles altos y sostenidos de cortisol favorecen la acumulación de grasa abdominal, un tipo de grasa asociada a mayores riesgos de enfermedades metabólicas.
El sistema digestivo también sufre las consecuencias. Bajo tensión, el cuerpo altera su equilibrio intestinal, afectando la absorción de nutrientes y la composición de la microbiota. Esto puede generar inflamación, digestiones pesadas e incluso cambios en el estado de ánimo, ya que el intestino y el cerebro están estrechamente conectados. Así se forma un círculo vicioso: el estrés modifica la alimentación, y una mala alimentación aumenta la sensación de malestar y ansiedad.
Frente a esto, los especialistas coinciden en que no basta con mejorar la dieta: es necesario aprender a manejar el estrés. Dormir bien, realizar actividad física, practicar meditación o simplemente desconectarse de las pantallas son estrategias que ayudan a regular el cortisol y a mantener un equilibrio metabólico saludable.
Cuidar la mente es cuidar el cuerpo. Cuando logramos reducir el estrés, comemos de forma más consciente y nuestro organismo responde mejor. En definitiva, una vida más tranquila no solo se refleja en el ánimo, sino también en cada célula de nuestro metabolismo.