lunes, 9 diciembre 2024
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Jesús Chausson, el más fuerte de los cuadriláteros de lucha libre

Lucio Doncel

Un profesor en el colegio nos dijo que un hombre nunca debía prestar ni la pluma, ni la mujer. Lo último parecía obvio, pero ¿la pluma? Cierto es que cada uno teníamos nuestros lapiceros y bolígrafos, pero no había problema si algún compañero nos lo pedía.

“La pluma es diferente…”, nos explicó Minguela. “…el plumín se adapta a la forma de escribir de la mano que la empuña. Por eso, lo suyo es que siempre la use la misma persona”.

Para entonces, principios de los setenta, el bolígrafo había desplazado a la pluma estilográfica. A mí siempre me gustó escribir con ellas y, en mayor o menor medida, lo he hecho regularmente. Aún lo hago.

De esa época en el colegio recuerdo el nombre de Jesús Chausson. Era un luchador de catch muy popular entre nosotros. Conocíamos más el nombre de “Hércules Cortés”, pero el canto “Chausson, el patín”, lo repetían aquellos que se hacían los entendidos en lucha libre. Al igual que me ocurrió con Cortés, nunca pude ver luchar a Chausson; cuando empecé a asistir con regularidad a las veladas del Campo del Gas, ya no estaba en activo.

Nunca tuve mucho éxito en la búsqueda de datos de Jesús Chausson. Alguna cosa suelta en Internet, anécdotas sueltas que me contaban los veteranos (con “el patín” saliendo siempre a colación), pero nada que me permitiese conocer al personaje, no ya en profundidad, ni siquiera superficialmente. Cosas que ya sabía, como que había sido luchador profesional desde los años 50 y disputado combates por infinidad de países, que había sido campeón del mundo de catch… Poco más.

El último día de abril de 2010 fui a la librería Esteban Sanz. Quería comprar un libro de fútbol en el que estaba interesado. Fiel a mi costumbre, eché un vistazo a los escaparates antes de entrar en la tienda. Ante mi sorpresa, allí había un libro sobre Jesús Chausson. No estaba en mi presupuesto, pero no me podía ir de allí sin él.

Entré y me puse a buscar aquello a lo que había ido a buscar. El libro de Chausson lo dejé para el final. Allí estaba el propio Esteban hablando con unos señores. Seguí curioseando. Ya tenía el libro que quería y me puse a buscar el de Chausson. En ese momento Esteban se estaba despidiendo de las personas que le acompañaban. Encontré “Jesús Chausson. El combate de la vida”, como esperaba, en la sección de deportes de contacto. Sólo había uno, me extrañó, pero estaba en buen estado y me valía. Me fui a pagar y, nada más ver los libros que llevaba, me dijo Esteban: “¿Cómo no lo has dicho antes? ¡Si estaba aquí el propio Chausson!”
Me quedé sin palabras, pero reaccioné. Acababa de salir. Seguro que podía encontrarle. Salimos a la calle.

“No anda muy deprisa”, dijo Esteban. “A ver si lo vemos. ¡Mira, por allí van!”. Pegué varias zancadas pero frené de súbito, me llamaba Esteban: “Toma, llévate el libro ¡Y vuelve luego!”.

Crucé al sprint la plaza del Marqués Viudo de Pontejos y alcancé al trío antes de que entraran en la calle del Correo. No sabía qué decirles, pero no fue un problema. Me vieron correr con el libro en la mano y supieron a qué iba. Allí estaban el autor del libro, Juan Osés, Jacobo Rossi, ¡a este sí le había visto luchar en “el Gas”! y Jesús Chausson. Apenas balbuceé unas palabras, pero Chausson lo entendió todo. Le presté mi pluma ¡cómo no! esperando que tuviera tinta. Parecía que no escribía, pero lo hizo. Jesús Chausson me dedicó su libro firmando con mi pluma. Me estrechó la mano con fuerza; esa mano con la que, seguro, se deshizo de tantos y tantos rivales. Saludé a sus dos acompañantes y volví a la librería a pagar. “Era otra vida”, dijo Esteban; “Ni mejor, ni peor, otra vida”.

Años más tarde, el 21 de enero de 2014, pasé una mañana charlando con Chausson. Carlos Zamorano, por entonces presidente de la Federación Madrileña de Halterofilia y ya fallecido, me contó que todos los lunes quedaba a comer con él y con otros amigos. Me dio su teléfono y me dijo que le llamase. Vivía en la calle Maudes, relativamente cerca de mi casa, y quedamos para vernos y charlar.

Me dijo que había nacido en Zaragoza el 24 de noviembre de 1930. “Tengo muy malos recuerdos de Zaragoza. Lo pasamos mal allí”. Su hermano, quince meses mayor, nació en Erandio. Su hermana en Pasajes Ancho. Sus apellidos, Chausson Bel, son franceses. Sus abuelos eran de la Bretaña y de Normandía.

Había preparado la charla para conocer bien a la persona, tenía las preguntas usuales de tipo biográfico y había sacado otras después de volver a leer su libro. Enseguida me di cuenta de que Jesús Chausson no era un tipo convencional, que aquella conversación iba a ser bastante caótica. Y así fue; dando bandazos de un tema a otro, incluso yendo de un sitio a otro. Aun así, una mañana inolvidable.

Lo primero que hicimos fue entrar a tomar un café en un bar que había debajo de su casa. Por supuesto, le conocían. Lo primero que hizo fue quejarse de lo mal que estaba la vida… “Y tú ¿te quejas?”, le espetó el dueño del local, mostrando con él la confianza que da el día a día. “¡Si no te falta de nada! ¡Hasta te sobra!”. Chausson se echó a reír y allí mismo me contó que de joven había estado en la cárcel en Venezuela y en EE. UU. De allí le deportaron porque no tenía papeles, y en México le metieron en un barco pirata (“lo llamaban así porque había gente de varias nacionalidades”) de regreso a Europa. Anduvo por varios países y volvió a España a hacer la mili.

De allí subimos a la calle Santa Engracia. Tenía una cita en el banco para arreglar no me acuerdo qué papeles, nada importante. Era muy zalamero. Se pasó los diez minutos que estuvimos allí halagando a la señorita que nos atendió. Incluso le llevó un pequeño regalo. Ella parecía acostumbrada a las lisonjas de Chausson y le seguía el rollo. “Me trata excelente. Tengo que portarme bien con ella”.

A la salida de la sucursal del banco, Jesús se separó un poco de mí y de pronto me pareció que empezaba a tambalearse. Sinceramente me asusté. Pensé que se encontraba mal. Me acerqué a él y se giró sonriendo y guiñándome un ojo. Me acordé de los luchadores que veía en el “Gas”, cuando parecía que estaban grogui.

“Mi verdadera vocación era el cine. Tomé clases con Ana Sedeño. Esa ilusión por actuar era lo que hacía que me ganase al público. Los árbitros me tenían miedo. Sabían que si quería les echaba al público encima”.

Por aquel tiempo yo estaba tratando de encontrar datos sobre Heliodoro Ruiz. Aprovechando que había sido luchador, dirigió la sección de lucha del Real Madrid, pregunté a Jesús por él. Me sorprendió lo que me contó: “No lo conocí personalmente, nunca hablamos. Sé que entrenaba al príncipe Juan Carlos. Tenía un gimnasio en Gran Vía, cerca de la calle Hortaleza. Había de todo: espalderas, colchonetas, pesas… estaba completo. Pero Heliodoro no sabía mucho de lucha. Era pesista y gimnasta, pero en lucha era mediocre”.

Me habían hablado bien de Heliodoro Ruiz como entrenador. Como pensaba que su especialidad era la lucha, la respuesta me descolocó un poco, pero el juicio de un campeón mundial de lucha, como Chausson, seguro que es diferente del que puede tener un simple aficionado o un pupilo del entrenador en cuestión. También le hice un comentario sobre un combate que habían celebrado “Hércules Cortés” y Miguel de la Quadra Salcedo, ambos, también, campeones de España de halterofilia. “Aquello fue un nulo. No conozco mucho a de la Quadra, pero además de muy fuerte era más inteligente que Alfonso…”.

Su opinión sobre Cortés no era digamos que publicable, así que prefiero reservármela. Del navarro Javier Ochoa sí hablaba muy bien. Me dijo que era el luchador más fuerte que había conocido, y eso que cuando coincidió con el navarro este ya superaba los 60 años.

“Era fortísimo. Llevaba un bastón, lo tiró y nos echó al suelo a siete u ocho. Nunca vi nada igual como Ochoa”.

Ya en su casa me mostró la copa del “Trofeo Seleccionador Nacional”: Estaba muy orgulloso de haberla ganado, mucho más que de cualquier otro logro: “Era más difícil que el propio Campeonato de España. Si uno perdía, tenía que seguir compitiendo. Tenías que ganar a todos para proclamarte campeón”.

Y, como podía, presumió un poquitín: “Yo levanté el catch en España. Bamala me pedía que le hiciese los carteles. En San Sebastián le decían que, si no me llevaba a mí, que no organizase la velada”.

Lo pasé mejor que bien, aunque me quedó claro que para conocer datos biográficos del gran Jesús Chausson no me quedaba otra que repasar una y otra vez el libro de Juan Osés, con un excelente prólogo de José Luis Garci, plagado de recuerdos, que retoma y amplia ligeramente para su “Campo del Gas”, recurrir a la hemeroteca y charlar con algunos de sus buenos amigos como Manuel M. Morato, quien aún mantiene una página en Facebook como homenaje a uno de los luchadores más internacionales y mejores que ha dado este país.

Escribí este texto justo después del fallecimiento de Jesús Chausson Bel, acaecido el 9 de marzo de 2015. Mi más sincero agradecimiento a Emilio Marquiegui y a elmasfuerte.es por dejarme que vea la luz.

(Mi agradecimiento a Manuel M. Morato por las fotos que ilustran el artículo)

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